domingo, 3 de marzo de 2013

Soviet Stereo

Me verás volver. Paciencia.



































Pensaba en los defensores de Sandro que tuvimos que leer y recordaba que a mí me gusta Soda Stereo. Atravesé toda la década del ´90, años de pauperización y rock duro, escuchando a Cerati en medio del conurbano. A veces sentí temor; a veces, vergüenza. Los Redondos grabaron Oktubre, una obra maestra, pero el verdadero bolchevismo lo representa Soda Stereo. Lenin intentó aplicar el marxismo en Rusia, la empresa de Cerati no fue menos temeraria: traer el pop a la Argentina. Ambos tuvieron un predecesor menos afortunado: Chernyshevski y Virus, respectivamente.
Lenin compartía un pasado de lucha con narodnikis, eseritas y mencheviques, hasta que marcó distancia con todos ellos. Soda Stereo compartió escenario con Sumo, Patricio Rey y Los Twist, pero debió romper con ese rock clandestino, populista y romántico. En 1902 Lenin estableció el formato de partido vanguardista centralizado para lograr tomar el poder, en 1985 Cerati decía: “La idea es hacer un producto competitivo en materia de sonido, producción y compositivamente”. Las decisiones, en ambos casos, pasaban por el líder.
La estrategia de Lenin fue concentrarse en movilizar a la clase obrera y desde allí tejer una alianza con los campesinos rusos. Desde su debut en Pumper Nic, Soda Stereo se asentó como grupo de clase media pero buscó captar a otros sectores para alcanzar la masividad. En 1992 la remera de Soda se vendía en Los Polvorines. La alianza de clases ya era un hecho.
Con la fundación del Komintern, los bolcheviques buscaron expandir el comunismo por toda Europa. Las desparejas suertes de Bela Kun, Karl Liebknecht y Antonio Gramsci son el testimonio de ese intento. Soda Stereo también buscó proyectar su música y su estilo por todo el continente, con agentes ineficaces como Caifanes, Aterciopelados o La Ley.
El final de Lenin en una silla de ruedas es el de Cerati, comatoso en Fleni. Pero es también el fracaso de un proyecto. El racionalismo leninista fue sustituido por pintorescas versiones del guevarismo, como el Subcomandante Marcos. Mientras tanto, la música popular de calidad se pierde entre los charangos y los rapeos de Manu Chao o Fidel Nadal. Improvisados y románticos que no buscan conquistar el poder, ni el mercado.
Que ni el Gulag ni la cabellera de Charly Alberti nos hagan olvidar de aquel maravilloso sueño de un mundo mejor.